Es verano. Cuarenta grados por la noche. Me iba a dormir en calzoncillos, con la ventana abierta de par en par. No pasaron ni diez minutos cuando empezó a picarme la pierna. Encendí la luz, me cagué en el mosquito y me quedé cinco minutos mirando por si lo veía...
Apagué la luz e intenté dormirme entre un charco de sudor, maldita calor. Y, en unos diez minutos más, me empieza a picar el brazo. Otra vez enciendo la luz, me cago en el mosquito y su familia. Me voy al baño para mojarme los picotazos y beber. Estuve cinco minutos más mirando por si veía al bicho de los cojones, pero no tuve suerte y volví a apagar la luz.
No sé qué hora era, pero me despertó el odioso zumbido del mosquito pasando a escasos milímetros de mi oreja. Vamos, como si hubiera pasado un Jumbo por el lado de mi ventana. Me levanté de un salto, con los ojos desencajados de la rabia. Encendí la luz pero antes de verlo me di cuenta de que también me picaba la mano... Demasiado para mi, así que decidí esperarme hasta verlo y desintegrarlo. Al cabo de unos diez minutos pasó por delante de mi. Le seguí con la mirada hasta que paró en una pared. Cogí la zapatilla y con todas mis fuerzas reventé al maldito insecto contra la pared, lanzando una exclamación de victoria y despertando a todos los que estuvieran cerca de mi habitación...
Y cuando retiré la zapatilla para ver mi obra, me asaltó uno de esos momentos oníricos propios de las borracheras más salvajes: vi lo que había hecho a un ser vivo sólo por el mero hecho de molestarme (siguiendo sus imperativos biológicos), siglos enteros pasaron ante mis ojos pero cambiando al pobre insecto aplastado y mi zapatilla por distintos oprimidos y opresores. Creo que aprendí más de la condición humana con esa revelación que con clases de filosofía. En fin, dejaré de beber antes de irme a dormir...
Apagué la luz e intenté dormirme entre un charco de sudor, maldita calor. Y, en unos diez minutos más, me empieza a picar el brazo. Otra vez enciendo la luz, me cago en el mosquito y su familia. Me voy al baño para mojarme los picotazos y beber. Estuve cinco minutos más mirando por si veía al bicho de los cojones, pero no tuve suerte y volví a apagar la luz.
No sé qué hora era, pero me despertó el odioso zumbido del mosquito pasando a escasos milímetros de mi oreja. Vamos, como si hubiera pasado un Jumbo por el lado de mi ventana. Me levanté de un salto, con los ojos desencajados de la rabia. Encendí la luz pero antes de verlo me di cuenta de que también me picaba la mano... Demasiado para mi, así que decidí esperarme hasta verlo y desintegrarlo. Al cabo de unos diez minutos pasó por delante de mi. Le seguí con la mirada hasta que paró en una pared. Cogí la zapatilla y con todas mis fuerzas reventé al maldito insecto contra la pared, lanzando una exclamación de victoria y despertando a todos los que estuvieran cerca de mi habitación...
Y cuando retiré la zapatilla para ver mi obra, me asaltó uno de esos momentos oníricos propios de las borracheras más salvajes: vi lo que había hecho a un ser vivo sólo por el mero hecho de molestarme (siguiendo sus imperativos biológicos), siglos enteros pasaron ante mis ojos pero cambiando al pobre insecto aplastado y mi zapatilla por distintos oprimidos y opresores. Creo que aprendí más de la condición humana con esa revelación que con clases de filosofía. En fin, dejaré de beber antes de irme a dormir...