martes, enero 26, 2010

La procesión

Todos los años en las fiestas de mi pueblo, como creo que en la mayoría de las fiestas de los pueblos de esta nuestra España monárquica democrática, hay una procesión en honor al santo patrón a la que voy con todas las ganas del mundo. La gente que apenas me conoce y la gente que me conoce mucho se sorprende ante este repentino e inexplicable fervor religioso. La sorpresa viene, supongo, debido a mi falta de interés por lo trascendente que, dependiendo de la ocasión o de quién me escuche, bordea la herejía y la blasfemia.

Pues bien, ese día me visto con ropa que normalmente sólo se pone para irse a una boda o a una comunión y me preparo para recorrer las calles de mi pueblo cirio en mano, con la imagen del santo arrastrada por un puñado de personas que lo llevan con pasión y una banda de música que toca una especie de marcha fúnebre. Vamos, como debe de hacer la mayoría de la gente en las fiestas del patrón de su pueblo.

Antes de salir de casa, hay que saludar a los amigos de mi padre que siempre se reúnen ahí para irse también a la procesión. Como debe de hacer la mayoría de la gente en estas ocasiones, el saludo viene acompañado del correspondiente chupito de mistela. De camino al punto de reunión con mis amigos paso por casa de mi abuela y, por sorpresa, veo que mi primo y sus amigos se han reunido ahí para ir también a la procesión, así que entro y les saludo. Como debe de hacer la mayoría de la gente en estas ocasiones, al saludo le acompañan varios chupitos de mistela. Por fin llego a la casa donde me reúno con mis amigos para la procesión y, por supuesto, la ocasión nos obliga a tragar algunos chupitos más de mistela. Por fin, salimos tambaleándonos hacia la procesión, procurando no empujar a nadie mientras nos incorporamos (también intentamos no tropezar al salir de la casa). A los diez minutos pasamos por la casa de otro amigo así que, como supongo que hará la mayoría de la gente en estos casos, hay que entrar a saludarle junto con los obligados chupitos de mistela. En la felicidad del momento, siempre hay alguien que nos recuerda que deberíamos volver a la procesión, normalmente es el propietario de la casa asustado de ver algunos chicos de pueblo ebrios con cirios encendidos dentro de la misma. Al finalizar la procesión, siempre que hayamos conseguido mantener el ritmo y no equivocarnos en cualquier esquina, vuelvo a pasar por casa de mi abuela donde, oh sorpresa, me encuentro con otro primo. Por supuesto, como entiendo que haría la mayoría de la gente en estos casos, le saludo y rematamos la mistela que se hayan dejado el primo anterior y sus amigos.

Lo mejor de la procesión es la sensación final con la que te quedas, sabiendo que aún queda toda la noche por delante. La verdad es que mucha gente se sorprende de mi fidelidad a la procesión de las fiestas de mi pueblo, pero a mí me parece que es lo que suele hacer la mayoría de la gente en estos casos...