sábado, junio 19, 2010

Una extraña sensación

Poco después de que cerraran el manicomio de B..., pude coincidir con un viejo amigo que trabajaba allí como asistente. Mi amigo, al que llamaré F. por razones obvias, me invitó a pasar la tarde en su casa y, tras las cervezas de rigor, empezó a contarme una de sus historias de pacientes a los que trató. Siempre le ha gustado hacer eso porque sabe que me dan muy mala espina los trastornos mentales.

"Pues las movidas con el señor L... L... (L.L. a partir de ahora) empezaron una buena mañana en la que el chaval de 32 años se había levantado para trabajar", empezó a explicar F. mientras nos servía la cuarta o quinta cerveza de la noche, "Según decía, mientras caminaba por la calle notó esa extraña sensación que todos hemos sentido alguna vez de que alguien nos observa. Era como un extraño picor en la nuca, una sensación de sentirse vigilado y estudiado. Sólo que, a diferencia de la mayoría de gente, nuestro chico se giró. Y fue en ese momento cuando, según él, lo vió por primera vez. Era un hombre normal y corriente de mediana edad y estatura, vestido con un traje que sólo podía ser descrito como normal. Sin embargo, parecía que miraba fijamente a nuestro chico de manera muy seria. Un poco extrañado, nuestro futuro paciente siguió su camino hasta el trabajo y pasó ese primer día sin más inconvenientes". Yo, sabiendo cómo iba a enredarse el tema, le pregunté a mi amigo si no sería mejor ponerse alguna película que pudiera verse con una gran cantidad de alcohol en la sangre, pero me ignoró.

"Al día siguiente, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde para los peatones, la incómoda sensación volvió a atacar a nuestro hombre. Al levantar la vista, pudo ver al otro lado de la carretera al mismo hombre normal y corriente, mirándole tan seriamente como el día anterior. Sin embargo, cuando el semáforo se puso en verde y pudo cruzar la carretera, perdió de vista al individuo debido a la gente que por allí pasaba. Este segundo día, mientras comía en el bar de al lado donde trabajaba, la nerviosa sensación volvió a asaltarle y, mirando por la ventana que daba a la calle... ¡Lo volvió a ver, mirándole fíjamente de nuevo con ese rostro normal, pero serio! Y esta vez salió nuestro pobre L.L. a la carrera, pero cuando salió del bar ya no había rastro del hombre normal y corriente...".

Interrumpí en este punto a mi amigo F. y le pregunté, como ya me imaginaba, si a partir de ese momento nuestro pobre L.L. vió a ese hombre misterioso y normal más veces hasta que acabó en el manicomio... "Efectivamente", respondió mi amigo, "a partir de ese momento, la desasosegadora sensación afectava de forma más continua al pobre L.L. y, mirase hacia donde mirase, descubría las facciones de ese hombre normal y corriente mirándole de manera seria con su traje normal. En las sesiones con el psiquiatra, afirmaba haberlo visto desde la ventana de su casa en un 4º piso a las 2 de la madrugada, mirándolo seriamente desde la calle. También asegura haberlo visto una mañana ante el reflejo del espejo mientras se lavaba la cara, pero que tras gritar y girarse el hombre normal y serio se había largado. Asustado, buscó cobijo en casa de algunos amigos, pero también desde allí veía a ese hombre normal, mirándole seriamente desde la ventana de otras casas o desde la terraza de algún edificio bajo. ¡Incluso juraba L.L. que lo había visto en el Bernabeu, mirándole fijamente con su cara y su traje normales desde el televisor donde él y un amigo miraban un partido de fútbol!".

No pude contenerme más y tras eso me reí. "Como estas son las últimas cervezas que me quedan, intentaré resumir. Un día, nuestro L.L. iba por la calle bastante nervioso y, tras experimentar de nuevo esa sensación acojonante se giró y allí estaba mirándole de manera serie el hombre normal y corriente que le acosaba. Armado de valor, gritó e insultó al hombre mientras se le acercaba con intenciones hostiles. Pero el hombre en cuestión, ni se asustó ni se inmutó, se limitó a mirarlo fíjamente, todo lo contrario que el resto de gente que paseaba por aquella concurrida plaza. Al ver a L.L. tan claramente perturbado, amenazante e insultante corrieron despavoridos. Uno de estos pobres transeuntes se cruzó en el camino de L.L. justo antes de que alcanzara al hombre normal, objeto de su obsesión, y al apartarse había desaparecido. Creo que L.L. se habría puesto a llorar si no llega a aparecer un policía local para arreglar el disturbio. Ante los balbuceos y la evidente paranoia del sujeto, el policía lo mandó al hospital y de allí fue enviado al manicomio de B... de manera inmediata".

Tras acabarse la cerveza, F. me miró fijamente y me dijo: "Lo más curioso es que, en medio de una sesión con su psiquiatra, se ve que le asaltó esa sensación malsana justo cuando entraba por error un nuevo interino en la sala. El pobre L.L. gritaba como un poseso ¡Es él!¡Es él! y antes de poder reaccionar se tiró por la ventana, muriendo al caer de cabeza desde un tercer piso. ¿Y sabes? El psiquiatra describió al nuevo interino como un hombre normal y corriente, de altura y edad media, vestido con un traje que no podía ser calificado de otra forma que normal. Y parece ser que nadie vió más a ese interino normal y corriente en el manicomio, porque nadie jamás lo volvió a ver por allí...".

Yo me volví a reir, diciéndole que me lo creía y que íbamos a llamar a Iker para participar en su programa con semejante historia, en tono irónico. La velada no duró más, ya no había cerveza y al día siguiente teníamos que trabajar así que nos despedimos hasta nuestro siguiente encuentro y volví hacia mi casa. Durante la larga avenida de Taronjers que va desde la Malvarosa a mi casa, una extraña sensación como si alguien me estuviera observando recorría mi cuerpo, pero os aseguro que no levanté la mirada del suelo...