miércoles, noviembre 11, 2009

Los Hombres Pez

Desde muy pequeño, él los había visto. Ahora, cuando los esperaba por última vez, recordaba la primera ocasión en la que los descubrió cuando tenía apenas cinco años. La luna llena iluminaba la playa y el mar con un resplandor misterioso y el mar estaba muy calmado, tan calmado que ni en el más absoluto de los silencios podía escuchar el relajante sonido del oleaje. Tal vez debido a eso, el niño que era por aquel entonces no pudo conciliar el sueño y se asomó a su ventana. Así fue como los vió por primera vez: unos seres enanos, con cuerpo de hombre y cabeza de pez, surgían del mar caminando y sin hacer ruido. El extraño grupo grupo se perdió entre las casas vecinas a la del niño y, antes de que el chico pudiera reaccionar, reaparecieron por donde habían desaparecido llevando en sus pequeñas manos un bulto peludo que la tenue luz de la luna no permitía definir. Cuando el niño de cinco años seguía, con la boca abierta, el avance de los seres de nuevo hacia el mar, el último de los entes se paró. Su extraña cabeza de pez se giró y, aún con el poco brillo que ofrecía el satélite lunar, el niño supo que esos ojos inhumanos le miraron fijamente. Es más, con el paso de los años, se convencía más de que esa boca tan inhumana como los ojos que le miraban le había sonreido. Esa noche, por supuesto, la acabó de pasar en la cama con sus padres sin poder dormir. Al día siguiente se enteró de que Simplón, el alegre perro del vecino, había desaparecido.

Las desapariciones de mascotas se fueron sucediendo, al igual que el pobre chico seguía viendo las extrañas procesiones de los seres. Al principio se atrevía a comentarlo a sus padres, e incluso en el colegio. Sin embargo, hacer ese tipo de declaraciones en una aldea pesquera tan pequeña como la suya no le iba a traer nada bueno... Esperaría a ser mayor y, entonces, plantaría cara a los pequeños seres para que dejaran su aldea en paz. Por desgracia, tenía la desagradable impresión de que los seres con cara de pez crecían con los años, como él mismo. Y entonces empezaron a desaparecer personas. Los más viejos primero, los escasos bebés después. La Guardia Civil pasó un par de veces, pero las desapariciones en una aldea en vías de extinción no eran lo suficientemente importantes.

Ahora, cuando veía a los extraños hombres pez avanzar hacia su casa, recordó el día que se llevaron a su padre. Debían quedar unas diez personas en la demacrada aldea, pero afortunadamente su madre había muerto hacía años. Cuando en aquella ocasión los vió dirigirse hacia su casa, pensó que había llegado su momento. Acurrucado en una de las esquinas de su habitación, oyó los pasos en el pasillo, acercándose a su puerta. Un asqueroso olor salado inundó su habitación, pero los pasos no se detuvieron ante su puerta. Cuando pudo vencer la parálisis que le había producido el miedo, observó que era de día y que su padre había desaparecido.

De nuevo, el asqueroso olor a sal inundó sus fosas nasales. Y esta vez no podía equivocarse. Él, el último habitante de la pequeña aldea cuyo nombre sería olvidado, iba a ser el último ser vivo al que visitarían los hombres pez. Los pasos, esta vez, sí que se detuvieron ante su puerta. En unos segundos, los seres con la horrible cabeza de pez irrumpirían en su habitación y por fin descubriría a dónde se llevaban a la gente...